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“Nabucodonosor rey, a todos los pueblos, naciones y lenguas que moran en toda la tierra: Paz os sea multiplicada. Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo” (4:1, 2).

Después de un breve pasaje poético en el cual el rey alaba a este gran Dios por su dominio y majestad, procede a relatar su experiencia. Las expresiones de alabanza de Nabucodonosor constituyen una excelente lección para nosotros: También nosotros debemos alabar a Dios por las grandes cosas que ha hecho por nosotros. Ésta es una de las lecciones del capítulo 4. Tal como Dios actuó antaño en favor de Nabucodonosor, también puede actuar en favor nuestro hoy. Tal vez la forma en que obre hoy no sea la misma de cuando actuó en favor de Nabucodonosor, pero la narración en este capítulo nos asegura que Dios es poderoso y que interviene en los asuntos de la vida para el beneficio de sus hijos. Cuando lo hace, y vemos su mano en acción, debemos alabarlo como lo hiciera Nabucodonosor.

Nabucodonosor no puso fecha a este relato de cómo Dios trató con él, pero tenemos algunas indicaciones del marco de tiempo en el cual ocurrieron estos eventos. El rey reporta que se encontraba en su palacio, satisfecho y próspero. Tal descripción se aplicaría más naturalmente a un periodo intermedio de su reinado de 43 años. Durante el primer tercio de su reinado, Nabucodonosor dirigió sus ejércitos en campañas casi constantes. Durante el último tercio salió nuevamente a la guerra con su ejército. Por lo tanto, fue mayormente durante el tercio medio de su largo reinado que estuvo en prosperidad y paz, puesto que sus mayores conquistas militares ya se habían llevado a cabo para entonces.

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