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Como Natán ante David, Daniel cumplió de mala gana su asignación. Con tacto, señaló que el sueño se aplicaba a Nabucodonosor. Pero atenuó la palabra profética con su preocupación por el rey, “Señor mío, el sueño sea para tus enemigos, y su interpretación para los que mal te quieren” (vers. 19). Antes que Dios le diera la interpretación, Daniel probablemente también pensó que el sueño se aplicaba a los enemigos de Nabucodonosor. Ciertamente eso es lo que los otros sabios habían pensado. Sin embargo, una vez que Dios le habló, Daniel no podía hacer nada más que aclarar las cosas y presentar el mensaje de Dios al rey.

Después de describir el enorme árbol, Daniel dijo, “Tú mismo eres, oh rey” (vers. 22). Esta parte del mensaje no era tan difícil porque podía extenderse en alabar la fortaleza y grandeza del rey-árbol. Pero vino la parte más difícil, que se encontraba en el segundo acto del sueño:

“Te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere” (vers. 25).

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