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Si bien rechazó someterse a Dios cuando el Señor apeló a él a través de Daniel y la interpretación del sueño, Nabucodonosor recibió tiempo adicional para pensarlo. Dios le dio mucho tiempo. Le dio todo un año. Con todo, Nabucodonosor no cedía ni se arrepentía. Un año después, el rey caminaba sobre el terrado de su palacio. Tal vez hasta estaba pensando acerca del impresionante sueño que había tenido un año antes (vers. 29). Su respuesta de rechazo obstinado a la apelación del profeta se mantenía imperturbable.

Es interesante la forma en la que el rey expresó su rechazo. Lo manifestó mediante una declaración de orgullo jactancioso: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (vers. 30).

¿Había algún fundamento real para esta vanagloria? Sí, mucho. Nabucodonosor había engrandecido y embellecido Babilonia en gran escala. Antes de su tiempo, la ciudad consistía mayormente de un área más reducida —“la ciudad interior” o porción central. Nabucodonosor agregó una nueva línea de murallas exteriores. Esto trajo como consecuencia tanto el fortalecimiento de las defensas de la ciudad como el aumento de su tamaño. En el interior de estas murallas exteriores, el rey construyó un nuevo palacio. También construyó la sección occidental de la ciudad al otro lado del río Éufrates. Sabemos que fue el responsable de una buena parte de esta construcción por los miles y miles de ladrillos rotos que sobreviven en las ruinas de la antigua Babilonia y que tienen el nombre de Nabucodonosor inscrito sobre ellos.

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