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Daniel, el profeta de Dios, estaba en la escena de la acción para explicar al rey lo que todo eso significaba. Al mismo tiempo, Dios continuó hablándole a Nabucodonosor. Tan severo como el juicio divino sobre Nabucodonosor pueda parecer, en última instancia produjo su conversión al Dios verdadero. Así que no es de sorprender que después del capítulo 4 no oímos nada más acerca de Nabucodonosor en el libro de Daniel. Hay un peregrinaje espiritual en el libro que cuenta la experiencia personal de Daniel, y también está la historia del peregrinaje espiritual de Nabucodonosor. Él recorrió el camino desde ser el más poderoso rey de su tiempo —un gobernante orgulloso y egocéntrico— hasta el punto donde se transformó en un creyente humilde y confiado que alababa al Dios verdadero. Al final del capítulo 4, dejamos a Nabucodonosor regocijándose en la salvación que había llegado a su casa real ese día.

LA LECCIÓN DE NABUCODONOSOR ES PARA NOSOTROS

Si bien no tenemos el poder y la autoridad personal que Nabucodonosor ejerció como gobernante, aun podemos aprender de su experiencia. Tal como él, nosotros probablemente tendemos a pensar mejor de nosotros mismos de lo que debemos. Tal como él, ensalzamos nuestros propios logros, grandes o pequeños. Su frase “¿no es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué?” aún resuena en nuestra experiencia hoy día. Esta clase de orgullo y autofelicitación no murió con la caída del Imperio Neobabilónico. Sigue viva hoy en la naturaleza humana y se sigue manifestando de varias formas. Es el fundamento de las religiones modernas del humanismo, el cual sostiene que los seres humanos son tan competentes mental y físicamente que no tenemos necesidad de ayuda de ninguna fuente exterior, inclusive Dios. Pero justo cuando llegamos a este punto en nuestra experiencia, algo viene a molestar esa autoconfianza y nos derriba en los brazos de nuestro Padre celestial, el único que puede satisfacer nuestras necesidades. El problema puede ser individual —una crisis de salud. O puede estar relacionado con la familia —la muerte de un ser querido. Puede ser algo local, una inundación o incendio, o nacional e internacional, una guerra o hambruna. Cualquiera que sea la forma que adopte la crisis, aprendemos que nuestros propios recursos son inadecuados para salir adelante. Nuestra dependencia no puede estar en el yo; tiene que estar colocada en algo mayor que nuestras habilidades. Como Nabucodonosor, tenemos que encontrar finalmente nuestra razón para vivir en algo mayor y externo a nosotros mismos. La filosofía del humanismo y nuestro orgullo humano quedan en bancarrota cuando se trata de las más profundas necesidades de nuestro ser. Encontramos nuestra más elevada posición en la vida cuando nos arrodillamos humildemente al pie de la cruz. Nabucodonosor descubrió eso, y nuestra experiencia nos guía a la misma conclusión.

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