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A veces nos quejamos acerca de estas situaciones de prueba. “¿Por qué a mí?”, es un clamor constante cuando la tribulación nos llega. Los reveses que experimentamos en la vida puede que no sean tan directos o tan severos como los que enfrentó Nabucodonosor, pero deberían terminar con los mismos resultados. Debemos ser capaces de ver la mano de Dios que nos dirige a través de la prueba; finalmente debemos ser capaces de ver cómo Dios las ha usado para refinar nuestros caracteres y enseñarnos a confiar en él en los momentos de prueba. Al final de su experiencia, Nabucodonosor no expresó ninguna queja contra Dios por la demencia que le había sobrevenido. No fue tan severa. No duró tanto tiempo. No discutió con Dios; sencillamente se hizo atrás y alabó a Dios por el papel que había jugado en su vida.

Nosotros también deberíamos poder analizar nuestras experiencias pasadas y observar la forma en que Dios nos ha guiado. Debidamente comprendido el pasado, no cambiaríamos nada de lo que la providencia permite que llegue a nuestras vidas, aunque algunos episodios puedan ser duros y dolorosos. Cuando llegamos al punto final a que llegó Nabucodonosor, la severidad de esas experiencias se desvanece y es transformada en alabanza a ese Dios que nos ha guiado, aun en medio del valle de sombra.

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