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Satanás (Lucifer) era el líder -el general- de la rebelión, y Miguel (Cristo) era el líder general de las fuerzas leales a Dios.

Miguel y su ejército ganaron la guerra, y Satanás y sus ángeles fueron expulsados del cielo a la Tierra.

Ezequiel

Lucifer fue un ángel creado, no un ser divino.

Era un ángel muy bello, ya que estaba adornado con muchas joyas preciosas engastadas en oro.

Él fue creado como un ser perfecto e intachable.

Estuvo en el Santo Monte, en la misma presencia de Dios como un querubín guardián.

Se enorgulleció de su belleza.

Dios lo expulsó del cielo a la Tierra.

Isaías

Lucifer fue asignado a una posición particular, pero aspiraba una posición más alta.

Quería gobernar sobre el resto de los ángeles (estrellas) en el cielo.

Él quería ser como Dios.

Dios lo arrojó al abismo.

Hay un hilo común que atraviesa cada uno de estos pasajes. Todos dicen que Lucifer comenzó la vida en el cielo y que Dios lo echó fuera. Y al combinar la evidencia de estas tres fuentes, llegamos a un entendimiento mucho más completo de lo que realmente sucedió en el cielo. Lucifer trató de tomar la posición de Dios en el cielo. Quería gobernar sobre los ángeles. Como señalé en el capítulo anterior, consiguió que un gran número de ángeles se unieran a su lado. Sin embargo, no los obligó a unirse a él; los convenció para que se unieran a él. El hecho de que hasta un tercio de los ángeles se le unieran le dio una razón para creer que tendría éxito en su ambición de hacerse cargo de la posición de Cristo. No es de extrañar que las tres fuentes estén de acuerdo en el destino de Lucifer y sus ángeles: Apocalipsis dice que fueron arrojados del cielo a la tierra; Ezequiel dice que Dios arrojó al querubín protector “del monte de Dios”, “de entre las piedras de fuego”; e Isaías dice que Lucifer fue “arrojado al sepulcro, a las profundidades del abismo”.

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