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Jesús ha sido también mal comprendido y mal representado en otras maneras. Por ejemplo, no hay ningún fundamento en su enseñanza sobre el cual establecer determinada forma de eclesiasticismo, jerarquía, o tal o cual sistema ritualista. Él no autorizó semejante cosa y, de hecho, todo el contenido de su pensamiento es definitivamente antieclesiástico. A través de toda su vida pública lo vemos frente a los clérigos y demás oficiales religiosos de su propio país. Por eso ellos se le opusieron y lo persiguieron después, llevados por un instinto de propia conservación —instintivamente sintieron que la verdad, tal como Él la exponía, anunciaba el fin de su poderío, y más tarde le hicieron matar. Él pasó por alto la pretendida autoridad que tenían ellos como representantes de Dios; y hacia su ritual y ceremonias no mostró otra cosa que impaciencia y desprecio.

Parece ser que, en materia religiosa, la naturaleza humana está más predispuesta a creer en aquello que quiere que en tomarse el trabajo de escudriñar las Escrituras con una mente abierta. Hombres realmente sinceros, por ejemplo, se han abrogado el papel de guías del cristianismo con los más imponentes y presuntuosos títulos, y después se han vestido de hábitos elaborados y magníficos para impresionar así a la gente, pese a que su Maestro, en el más claro lenguaje, ordenó estrictamente a Sus discípulos que no hicieran nada de eso: pero ustedes no se hagan llamar Rabbí, porque uno solo es su maestro, el Cristo, y todos ustedes son hermanos (Mateo 23:8). Denunció a los fariseos como hipócritas.

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