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Pero los milagros sí ocurrieron. Todos los hechos que los cuatro Evangelios relatan de Jesús sucedieron, y muchos más. Muchas otras cosas hizo Jesús, que si se escribieran una por una, creo que este mundo no podría contener los libros (jn. 21:25). Jesús mismo justificó con sus obras lo que la gente estimó ser una extraña y maravillosa enseñanza; pero Él fue aún más lejos y dijo refiriéndose a aquellos que estudian y practican sus enseñanzas: “Las cosas que hago las harán, y muchas más aún”.

Después de todo, ¿qué es un milagro? Los que niegan la posibilidad de los milagros apoyándose en el argumento de que el universo es un sistema de leyes que funcionan perfectamente sin que quepa el más mínimo fallo, están en lo cierto. Pero olvidan que el mundo que conocemos a través de los cinco sentidos, y cuyas leyes son las únicas conocidas por la mayoría de los hombres, no es más que un pequeñísimo fragmento de todo el universo existente en la realidad, y que cada ley está subordinada a otra superior en un sentido de menor a mayor. Ahora bien, el recurrir de una ley inferior a otra superior no es realmente quebrantar la ley, porque la posibilidad de tal cosa cabe dentro de la constitución suprema del universo. Por eso, en el sentido correcto de lo que la violación de una ley implica, los milagros no son posibles. Empero en el sentido de que todas las leyes ordinarias y las limitaciones corrientes de lo físico pueden ser abrogadas y contrarrestadas por algo más alto que las comprenda, los milagros, en el sentido coloquial de la palabra, no solamente son posibles sino que pueden ocurrir y ocurren.

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