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Caminamos a lo largo de casi dieciocho kilómetros en la búsqueda del auto pero no logramos dar con éste.

Terminamos regresando a casa a pie sin poder recordar el lugar en donde había dejado mi rodado. Casi lo había olvidado, pero durante esos días vivíamos en un departamento de dos ambientes con doble cochera ya que contábamos con dos vehículos.

Se me había ocurrido entonces, sacar el segundo auto para salir a buscar el lugar en donde había dejado estacionado el primero. Sin embargo, cuando me acerqué al vehículo, la oscuridad total de la cochera se vio discontinuada por una ténue luz amarilla desde el interior de mi rodado. Al asomarme a la ventanilla, vi a un hombre tendido sobre el piso alfombrado del auto, el cual ya carecía del asiento del conductor, sustrayendo los cables de la instalación eléctrica desde abajo del volante con la ayuda de una linterna y de una tenaza. A modo de reflejo, acaso debido al estrés que me habían causado todas las peripecias vividas a lo largo de esa fatídica e interminable jornada, insulté al ladrón, quién se apeó de repente amenazándome con la tenaza, acto seguido cerré la puerta del auto con tal violencia que le hizo estallar el globo ocular izquierdo salpicando con sangre la ventanilla, y quien luego de perder el conocimiento, murió desangrado encerrado dentro del vehículo. Este hecho bien me pudo haber ocasionado ansias de huir ante las represalias o el rigor legal que tuviese que afrontar y quizá fue el desencadenante de mi persecución inicial.

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