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Sin embargo, mis pensamientos se esfumaron repentinamente cuando se apersonó ante mí un preceptor quien me comentó en voz muy baja casi en forma de susurro que la encargada del sector no estaba en su oficina ya que unos días atrás le habían gastado una broma de bastante mal gusto habiéndole bajado los pantalones dejándola completamente desnuda y a causa de esto contrajo lo que en términos médicos denominó como una “infección vaginal con secreción grisácea”, motivo por el cual se hallaba internada en el hospital afortunadamente ya fuera de peligro.

Antes que mi cerebro pudiese procesar aquella horripilante y a su vez bizarra situación, una mujer de recia expresión se apersonó ante mí. Dijo ser la apoderada legal de la institución, me condujo hacia otra oficina, contigua a la de recursos humanos, me invitó a tomar asiento en una silla y me labró un acta de acusación por hurto y/o sustracción de teléfono celular. En ese momento, supe que fui víctima de un engaño: el teléfono que yo había tomado del pupitre no era el mío sino que era uno idéntico con la misma rajadura en la pantalla y con el mismo fondo de escritorio. Evidentemente me habían tendido una trampa. Sin darme cuenta mordí el anzuelo y quizá fue este el hecho que me llevó a una huida despavorida, aunque no tengo la total de las certezas al respecto. Es sólo una hipótesis.

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