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¿Cómo podemos presentar lo que llamamos el Rosario de los siete días?

En parte nos serviremos del documento citado de Juan Pablo II. Los diversos “misterios” resaltan el carácter del rosario centrado en Jesús a través de María. Tradicionalmente los misterios constituyen tres grupos: gozosos de la infancia de Jesús, dolorosos de su pasión y gloriosos de su resurrección. El Papa propone incorporar también sucesos de la vida pública de Jesús entre el bautismo y la pasión, y los llama misterios de la luz porque a través de ellos Jesús aparece como la Luz del mundo.

Juan Pablo II deja explícito que “esta incorporación de nuevos misterios, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, (…) se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria” (Cf. RVM n. 19).

El rosario como gracia, dice el Papa, es una escuela de María: “podríamos llamarlo el camino de María”. Es el ejemplo de la senda por la que anda la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es al mismo tiempo el camino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une a Jesús con su Santa Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando Ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que vive de Él y por Él. Haciendo nuestras las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel en el Ave María, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en la Virgen, entre sus brazos y en su corazón, el “fruto bendito de su vientre” (Cf. Lc 1, 42)” (RVM, 24).

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