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El rosario concluye con una oración a María, Madre nuestra:

María, Madre nuestra en cuerpo llevada a los cielos, tu nombre sea bendecido para siempre, de generación en generación.

Consérvanos en el Reino de tu Hijo para que se realice en nosotros, como en Él, la voluntad de Dios Padre.

Haz que no nos falte el alimento de cada día, ni el arrepentimiento de nuestros pecados. Danos por el Espíritu Santo, la caridad de Jesús para que sirvamos cristianamente a la comunidad humana en la cual vivamos y la iluminemos con el testimonio de la palabra evangélica.

Y líbranos, Señora, de las asechanzas de Satanás, del egoísmo y la sensualidad, del error y de todo mal. Amén.

Por último, por las intenciones del Papa rezamos un Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Un carisma discipular

El Papa nos propone un “proceso de configuración con Cristo en el rosario” porque “la espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro (Cf. Rom 8,29; Fil 3,10-21)” (RVM, 15), a fin de realizar nuestra identidad de ser imagen y semejanza de Dios, identificados con Jesús.

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