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Diría san Pablo: debemos revestirnos de Cristo (Cf. Rom 13,14; Gal 3,27) y tener entre nosotros los mismo sentimientos del corazón de Jesús (cf. Fil 2,5) hasta ser uno con él (Cf. Jn 17,26), hasta poder exclamar auténticamente: “Vivo yo, ya no yo, sino que Jesús vive en mí; la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).

El carisma del Movimiento de la Palabra de Dios, nos invita, no solo a creer en Jesús sino también a querer seguirlo como discípulos suyos. Y esto significa moldear nuestra vida en la suya y hacer del Evangelio un estilo de vida.

En la cruz, Jesús entregó su Madre al discípulo amado y a él, lo hizo pertenencia filial de María (Cf. Jn 19,26-27). Por eso María quiere que sus hijos sean y vivan como discípulos de Jesús. Pidamos a María, Madre de Jesús y Madre nuestra, la gracia de ser fieles al Evangelio formando comunidades de alianza con el Padre, para que el mundo crea que Jesús es el Salvador y Señor de la humanidad y de su historia.

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