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Dios es libre. Yo soy libre. Dios es más libre que yo. Si mi libertad va en contra de la libertad de Dios, perderé siempre. Su libertad restringe la mía; mi libertad no restringe la suya. Existe una analogía en la familia humana. Yo tengo una voluntad libre; mis hijos tienen voluntades libres. Cuando nuestras voluntades chocan, tengo autoridad para predominar sobre sus voluntades. Sus voluntades han de estar subordinadas a mi voluntad; mi voluntad no está subordinada a la de ellos. Desde luego, en el nivel humano de la analogía, no estamos hablando en términos absolutos.

La soberanía divina y la libertad humana se consideran frecuentemente como contradictorias, porque en la superficie suenan de tal forma. Hay algunas distinciones importantes que deben hacerse y aplicarse consecuentemente a esta cuestión si hemos de evitar una confusión desesperante.

Consideremos tres palabras en nuestro vocabulario que están tan estrechamente relacionadas que son a menudo confundidas:

1. Contradicción

2. Paradoja

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