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Sus palabras las tomé muy en serio y comencé a leer la Biblia, leí el Nuevo Testamento y luego el Antiguo Testamento. Me impresionó su lectura y el contraste de ambos testamentos. Devoré la lectura de la Biblia y, en menos de un año, estaba sediento de conocer más de ella y de la historia de la salvación. Me regocijaba con la hermandad y cambié mis amistades de toda la vida por amigos cristianos.

Luego entendí que tenía que ser luz en las tinieblas y llevar el evangelio de la salvación a todos mis amigos no cristianos. Me dediqué en la escuela a predicar el evangelio en toda oportunidad que tenía. Si el maestro llegaba tarde, me levantaba de mi pupitre y, subiendo al pódium del salón, comenzaba a predicar el evangelio de la salvación, y algunas veces llegaban los maestros y me decían que continuara mi predicación. En numerosas ocasiones muchos de ellos hicieron la oración de fe y se convertían al cristianismo. Otras veces me rechazaban porque no era católico y tenían miedo de esa prédica cristiana.

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