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Navegar se ejercita en la serenidad. Navegamos porque estamos situados en un lugar y un tiempo, y no podemos saber más allá. Y porque somos finitos nuestro poder no es ilimitado y no podemos hacerlo todo. Aceptamos esto como parte de la vida. Desplegamos activamente todas nuestras habilidades en la navegación y aceptamos lo que venga, adonde la navegación nos lleve, lo que sea que emerja. Que incluye lo que surja en nosotras mismas y nos transforme. Soltar planes y propósitos, desapegarse de metas, objetivos y rigideces personales, y comprometerse sin reservas con la navegación, esa es la serenidad. Activa. No necesariamente contemplativa.

Consiste en cambiar activamente lo que puedo cambiar, y aceptar lo que no puedo cambiar. Saber distinguir entre ambos, dicen que es la sabiduría.

(Evoco el poema Itaca de Kavafis. Más sensibilidad poética y menos destrezas ingenieriles es quizá una lección a tener presente para aprender a navegar con serenidad).

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