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Su intención había sido preservar ese recuerdo tan bonito de cuando aún estaban juntos, pero ahora que lo había perdido otra vez, ya no podía recordar su relación con la perfección con la que la había decorado. La realidad, cruel y con la memoria viva, había penetrado en la fantasía. «¿O es que quizá he perdido la única oportunidad de que la fantasía se vuelva realidad?», pensó. Suspiró ante lo que parecía la peor paradoja del destino.

—Creo que acabas de hacer una tontería —apostilló su colega sin que ella le pidiera su opinión, aunque respondiendo a lo que estaba pensando.

Emily la miró durante un momento mientras le daba vueltas a lo que acababa de decirle, que se le mezclaba en la mente con el pasado y el presente, donde hacía tiempo que había decidido que el amor no tenía cabida.

—No. He hecho lo correcto —aseguró.

«¿Realmente lo crees?», le preguntó una molesta vocecita que acalló de inmediato.

Unos veinte minutos después, Emily recogió sus cosas, se despidió de los editores, compañeros y libreros, y salió a la calle. No le dio tiempo ni a dar dos pasos cuando un niño de unos siete u ocho años se interpuso en su camino.

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