Читать книгу Cosas que no creeríais. Una vindicación del cine clásico norteamericano онлайн

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Lejos del sofisticado mundo de La Cava, películas como Soy un fugitivo (I Am a Fugitive from a Chain Gang, 1932) de Mervyn LeRoy (1900-1987) daban a entender que el Hollywood “liberal” —es decir, progresista— era capaz de pertrecharse ideológicamente contra los cantos de sirena de los totalitarismos por venir, a la vez que se dotaba de un fondo crítico que ni siquiera la caza de brujas anticomunista emprendida por el senador McCarthy en plena Guerra Fría lograría extirpar del todo. De nuevo, como en el caso de La Cava, el logro de un alto nivel de excelencia dramática suponía la mejor defensa posible contra la censura presente o por venir, capaz de tachar una palabra malsonante o exigir el corte de unos fotogramas juzgados “indecentes”, pero no de torcer el rumbo de toda una trama bien urdida y realizada. La película de LeRoy narra la tragedia de un hombre bueno a quien la fatalidad —o, mejor dicho, un conjunto de circunstancias sociales perfectamente explicables— convierten, primero, en víctima de un error judicial, y luego en un fugitivo permanente para quien el único modo de vida posible es el robo. La denuncia palmaria de unas condiciones de vida y un sistema legal que apenas ofrecen espacio para la movilidad social o para la redención de sus víctimas convierte Soy un fugitivo en una de las películas más desesperanzadas del periodo, a la vez que en el ejemplo más notable de un tipo de cine comprometido que pronto entraría en conflicto con los parámetros biempensantes impuestos por el Código. Unos años más tarde, un cineasta como Frank Capra posiblemente hubiera resuelto esta historia con una apoteosis humanista y solidaria. LeRoy no se hace ilusiones: aunque en algún momento plantea la posibilidad de que la opinión pública pudiera influir sobre el destino de este hombre acosado, enseguida deshace esa ilusión: la opinión pública es variable y tornadiza y se desentiende pronto de las historias que alguna vez rozan su fibra sensible. Nada más estremecedor que el final de la película, cuando la amada del protagonista, evadido por segunda vez del penal, le pregunta de qué come y éste le responde desde la oscuridad, con voz rota: “¿De qué va a ser? De lo que robo”. Y si estas palabras vienen de la oscuridad es porque quien las emite ha pasado a la invisibilidad absoluta, o a una modalidad de supervivencia que ya no espera concitar simpatías. Gran parte de la credibilidad de la película se debe, desde luego, a la interpretación de Paul Muni, un actor más bien feo y gesticulante que ofrecía el exacto contrapunto de los galanes de alta comedia que comparecían en las películas de Lubitsch o La Cava. También en Scarface, terror del hampa (Scarface, 1932) y en La vida de Émile Zola (The Life of Emile Zola, 1937) pondrá rostro y gestos al servicio, respectivamente, de un criminal sin escrúpulos y un escritor activista cargado de razón.


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