Читать книгу La noche de Iguala. Secuestro, asesinato y narcotráfico en Guerrero онлайн

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“Comenzamos a amontonar muchas piedras y empezamos entre todos a acarrear los cuerpos hacia el círculo y los vamos acomodando. El Terco les echa diésel o gasolina de un galón de veinte litros, les prende fuego con un encendedor y les vamos echando leña y plástico… comienzan a arder y yo, –dice El Chereje– sigo juntando botellas, llantas, cualquier plástico para que no se apagara el fuego”.

Cuando los están quemando, cuenta otro sicario, Salvador Reza Jacobo, El Lucas, que “le echaron relajo a El Jona y le dijeron ‘a que te rajas, Jona, a comerte un pedazo de carne humana’ y el Jona agarró un pedazo de carne y se lo comió. Dijo El Jona que sabía bueno y El Pato dijo que cuando se están quemando huele mejor que la carne asada”.

Cuenta El Chereje y coinciden los demás sicarios que “permanecimos cerca de quince horas, hasta que nos dieron las cinco de la tarde… esperamos que se enfriaran las cenizas y los recogimos con la mano y unas botellas. Sólo había una pala. Ocupamos cerca de ocho bolsas de basura… llegamos al río San Juan como a las seis de la tarde y empezamos a arrojar las bolsas completas al río y de ahí nos regresamos”.

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