Читать книгу El fascismo de los italianos. Una historia social онлайн

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Mientras tanto, había tenido lugar una parcial pero importante meridionalización y romanización de la administración pública central, al menos por lo que nos dicen algunos estudios. El fenómeno se revela plenamente solo en los años treinta, después de que por lo menos durante cinco años la reforma de la administración pública aprobada en 1925 por el ministro de Finanzas De Stefani hubiese congelado las plazas. Siguió siendo difícil el diálogo entre los cuadros dirigentes del Partido y los cuadros de la administración, entre otras cosas porque a menudo se habían quedado sin definir las funciones y los límites respectivos en lo que concernía al gobierno del país. Pero hay que recordar que la cuestión de una Revolución fascista se planteó hasta finales de los años treinta, y la sintieron especialmente las nuevas generaciones educadas por el fascismo, creando en ellas expectativas e ilusiones. El Partido, como representante de un cuerpo único, de una cohesión nacional, del pueblo mismo, no excluía la formación de una élite dirigente, de una jerarquía que se basase en una elección determinada por cualidades morales, intelectuales y de competencia. En cambio, esta aristocracia fue sustituida por un aparato burocrático, anónimo y mastodóntico que, si bien procuraba una seguridad parcial en la distribución de servicios y empleos a la pequeña y mediana burguesía, a la que principalmente recurría, ahogaba especialmente las aspiraciones ascendentes y de libre competición de jóvenes cuadros, formados en el fascismo y procedentes de estas clases. Bajo esta luz, el Partido y el Estado fascista entraron en crisis por una ausencia de recambio político de sus dirigentes antes aún de que la guerra mundial revelase la desafección de la población hacia el régimen.

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