Читать книгу La constelación tercermundista. Catolicismo y cultura política en la Argentina 1955-1976 онлайн

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El rechazo al modelo político-social igualitarista del peronismo y particularmente a Juan Domingo Perón fue unánime entre los sectores que adhirieron a la “revolución liberadora”. Este acuerdo constituyó el carácter distintivo del antiperonismo, su definición por el opuesto.

La “revolución libertadora” planteó, pues, a la sociedad argentina la paradoja de que invocando la democracia devaluada por las prácticas políticas del peronismo debió apoyarse en el “pacto de proscripción” de esa fuerza política. Este fenómeno contribuyó a configurar un sistema político semidemocrático en el que los únicos partidos reconocidos como legítimos eran los antiperonistas. Por su parte, la población que adhería al peronismo –y cuyo porcentaje oscilaba entre un tercio y la mitad– resultó excluida del juego político posterior a 1955.

¿Qué hacer con el peronismo? Tal fue el interrogante central de los debates que se desplegaron en los ámbitos políticos, intelectuales y militares que pugnaban por gobernar el país o bien definir qué trayectos debían seguirse para hacerlo con éxito. Junto con él se retomaba la cuestión que había empezado a discutirse durante la segunda presidencia de Perón y que, una vez derrocado este, retornó con más vigor: ¿qué camino debía tomar el capitalismo argentino?4 Tales dilemas se desarrollaron en un período prolongado, en el que el rasgo más persistente fue el de la inestabilidad política que afectó a los gobiernos civiles y militares que se alternaron en el ejercicio del poder entre 1955 y 1983. Esta situación ha llevado a algunos especialistas a proponer explicaciones estructurales que enfatizan en la idea de que lo que prevaleció en la sociedad argentina durante dicha etapa, o al menos hasta 1976, fue una situación de equilibrio relativamente parejo entre fuerzas sociales antagónicas. Como resultado de ello, tales fuerzas se mostrarían capaces de bloquear los proyectos políticos de sus adversarios, pero serían incapaces de imponer los suyos. Estos enfoques sintetizados en los conceptos “empate social” o “empate hegemónico” son los utilizados por Juan Carlos Portantiero (1973) y Guillermo O’Donnell (1986). Otras perspectivas, como la de Marcelo Cavarozzi (1992), prefieren, en cambio, hablar de “equilibrio dinámico” al concebir lo político como una esfera con mayor autonomía y con una dinámica propia, más que como un mero reflejo de factores estructurales. Este último autor propone también una periodización que caracteriza la etapa 1955-1966, en la que se inscribe el análisis de este capítulo, como un período de gobiernos débiles. De este complejo escenario, nos interesa subrayar la centralidad que hacia el período 1955-1958 tuvo la cuestión de la proscripción del peronismo en el nuevo orden político, indisolublemente asociada a la concepción misma de democracia.

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