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Hay que entender el texto como una alegoría dieciochesca y no como una narración de una vida interior. Fíjese el lector que la intimidad de Franklin está ausente del texto y que tampoco da cuenta de la crisis social que el paso de las colonias a la República pudo suponer (Shea 39-40). Franklin se examina, se juzga, se observa siempre desde fuera y así crea un arquetipo de su época y de su país (Levin 1964). Es en el fondo, un experimento, junto con otras biografías del yo – en la terminología de Stephen Arch – para crear un yo textual (Arch 47). Entiende Benjamin la vida como un texto con sus erratas y correcciones, un texto que alguien prepara para editarlo.

No es la única autobiografía de la época. Arch estudia varias en su libro After Franklin: The Emergence of Autobiography in Post-Revolutionary America 1780-1830 (2001). También estudia Cartas de un granjero americano de John Hector St. John of Crévècoeur como un tipo de autobiografía (34-ss). A estas hay que añadir la que el propio Thomas Jefferson escribe, o las narraciones de los esclavos, subgénero narrativo que conocerá un inusitado auge entre los siglos XVIII y XIX. Es, sin duda alguna, un modelo muy importante que consigno aquí aunque no lo estudie con detalle por desviarnos del tema.

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