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Que fueran un grupo cultivado gracias a la importancia que concedían a la educación humanística como medio para transmitir el mensaje de Dios, les permitió disponer de modelos literarios, europeos por supuesto, en un primer momento. Nadie puede negar la impronta de las Confesiones de Agustín de Hipona en el desarrollo de la autobiografía. A ese temprano ejemplar algunos añaden los ensayos de Michel de Montaigne, obra que, a mi entender, queda fuera de lo autobiográfico, aunque sea la que inicia, al decir de los estudiosos, las vueltas y revueltas de la subjetividad individual en la literatura. Y a pesar de todo, esa conciencia de lo que son como individuos y como grupo que tan arraigada y tan fuerte tienen los puritanos no es sino otro modo de denominar la propia subjetividad. Poca duda cabe de que aunque sus afanes fueran eminentemente trascendentales, dicha subjetividad los unía con gran fuerza a este mundo, de ahí que no haya que extrañarse de que el examen de conciencia acabara en vida narrada por uno mismo o por alguien ajeno, o incluso en vida narrada no del individuo sino del grupo, o lo que es lo mismo, igual escribían la vida de una persona que la historia de su comunidad o de la colonia en que viven (Elliott 205-225). Junto a estos modos de lo biográfico, e influidos en gran medida por la autobiografía, coexisten otras narraciones de corte biográfico tales como las narraciones de cautividad y las de conversión así como, algo más tarde, las narraciones de los esclavos. Todas comparten un fondo común – que es ese examen de una vida con la vista puesta en la eterna (o en un futuro terrenal libre ya de la opresión) –, lo que da idea de la importancia que lo autobiográfico tenía en la cultura puritana; importancia que, dicho sea de paso, aumentará cuando, con el discurrir del tiempo, se secularice. Los orígenes religiosos infundieron en las autobiografías la noción de que la vida tenía que ser la consecución de unas ideas, que en un primer momento fueron religiosas pero que más tarde tuvieron una impronta terrenal. De este modo el autor era un alguien y al mismo tiempo era un algo: un algo por lo que vivía, por lo que creía, por lo que trabajaba. (Sayre 150). Así, la subjetividad estaba marcada en una medida muy importante por las ideas que guiaban o los objetivos que el escritor se señalaba en la vida.

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