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ALCIBÍADES. —También se dice, Sócrates, que no se ha hecho tan hábil por sí mismo, sino que ha vivido en estrecha relación con muchos hombres hábiles, como Pitóclides, Anaxágoras, y aun hoy día, en la edad en que ya está, pasa días enteros con Damón, para instruirse constantemente.
SÓCRATES. —¿Has conocido a alguno, que, sabiendo perfectamente una cosa, no pueda enseñarla a otro? Tu maestro de lira te ha enseñado lo que sabía y lo ha enseñado a todos los que ha querido.
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —¿Y tú, que lo has aprendido de él, no podías enseñarlo a otro?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —¿No sucede lo mismo con un maestro de música y un maestro de gimnasia?
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —Porque la mejor prueba de que se sabe bien una cosa, es el estar en posición de enseñarla a otros.
ALCIBÍADES. —Así es verdad.
SÓCRATES. —¿Pero puedes nombrarme alguno a quien Pericles haya hecho hábil? Comencemos por sus propios hijos.
ALCIBÍADES. —Pero, Sócrates, ¡si los hijos de Pericles son estólidos!