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Vivo en una ciudad que no es ni grande ni pequeña. Casi nunca salimos en el telediario porque aquí no pasan noticias importantes y el tiempo es casi siempre igual: nublado, con un sol escondido porque va a llover y con nubarrón. Muchas veces no se cumple lo que anuncian en la tele y no llueve. Cuando mi madre era pequeña, como llovía mucho, siempre tenía botas de agua que se llamaban “katiuskas”. A mí nunca me las compran. Dicen que con las del cole “voy que chuto”.

Mi ciudad es una ciudad muy limpia, tiene una estatua de Mafalda, fuentes, un parque enorme y muchas papeleras. En otoño vienen señores importantes porque les dan un premio y hay gaiteros por las calles. A la gente le gusta ver llegar coches negros de los que salen personas normales, aunque dicen que son personalidades, o sea, más que personas. Cuando bajo por la calle del hotel donde van a dormir, la gente me apretuja y muchos gritan y saludan. Yo solo veo piernas.

Mi casa está cerca de un parque. Hay piscinas y canchas de paddle y de tenis. Muchos niños aprendimos a nadar en los cursos de los martes y jueves. Un día os contaré las aventuras de la piscina. Tantos niños mojados y tantas madres vistiendo y desvistiendo es divertido, a veces.

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