Читать книгу La transición española. Una visión desde Cataluña. Tomo I онлайн

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La Asamblea, en vista de la gravedad de los hechos, expresó a través de su Comisión en París su rechazo a la violenta intervención de la policía, señalando en uno de sus párrafos la situación cada vez más crispante con el régimen:

«Los vientos de libertad que soplan por las tierras de los pueblos de España acentúan en las castas dominantes el miedo del mañana (…). No se podían permitir el lujo de esperar la muerte de la momia en vida del Pardo por oficializar y garantizar la continuidad de la violencia institucionalizada como sistema de gobierno. En Pamplona, Carrero Blanco ha inaugurado su titularización de dictador (…).»343

En junio de 1973, dos noticias de alto alcance internacional llenaban los periódicos de gran tirada: la proclamación de la República en Grecia, destronando así al rey Constantino, y la finalización de un golpe de Estado abortado en Chile344, que fue el preludio del definitivo que se consumaría meses después.

En España, siguiendo la costumbre estival, la actividad política oficial se detuvo hasta el nuevo curso político; relajación que, por otro lado, no influyó en la oposición, aunque sí varió su estrategia, trasladando a los festivales y a los artistas parte del protagonismo político. Mientras que el cantante Joan Manuel Serrat era detenido en Pamplona por apoyar las reivindicaciones laborales ocurridas en dicha ciudad, otras tantas detenciones se practicaron en las Sis Hores de Canet que en aquel año se celebró el día 4 de julio. Por esas fechas, diversos mensajes dirigidos desde el gobierno adelantaban la línea a seguir por el régimen en el nuevo curso político, acentuando el continuismo como característica principal de su gestión. El almirante Carrero Blanco pronunció un discurso con un trasfondo político de apoyo a la futura monarquía, anunciando que «Esta monarquía, instaurada con el asenso clamoroso del pueblo español, es una monarquía nueva.» Sin embargo, los tiempos estaban cambiando y esta vez fue la Iglesia la que acaparó el protagonismo crítico ante el inmovilismo imperante, y fue a través del cardenal Tarancón, que tomó posición con unas frases previsoras en cierto modo del futuro: «Contra el uniformismo inaceptable, se exalta un pluralismo que puede ser también inaceptable», refiriéndose, al parecer, al nuevo sistema de representación política asociacionista sin una base popular.


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