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Esto conduce a otro tema diseccionado magistralmente por Amado: ¿Cómo se reposiciona el periodismo, con sus bártulos ideológicos y eternas esperanzas de ser hijo pródigo de la democracia, en el escenario actual de abundancia informativa? Hasta hace poco tiempo, el periodismo podía atribuirse el papel de dar certificado de realidad, la presunción implícita que una edición de papel o un noticiero de una hora constituían un documento veraz y medianamente completo de lo acontecido, lo importante, lo necesario, lo curioso. O en el peor de los casos, un documento imperfecto, una aproximación sensible, un resumen comprensivo.

Sabíamos que tales presunciones eran exageradas –no hay realidad que quepa cómodamente en 12 o 64 páginas, actualizaciones informativas, boletines noticiosos, 30 o 60 minutos de televisión o radio, o sitio en Internet. Hoy en día, cuando la información desborda por plataformas digitales y por fuera de las redacciones, es claro que nadie puede siquiera aspirar a contar todo lo que ocurre y es relevante. En el mejor de los casos, hay selección, recorte parcial, ráfaga de realidad que forma parte del vendaval de información con que nos enfrentamos cada vez que entramos en conexión digital. El periodismo flota junto al incalculable resto en los enormes y constantes cauces de comunicación pública.

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