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Sí, lo creo así: nuestros edificios, sobre todo públicos, deberían ser, en cierto modo, poemas. Las imágenes que ofrecen a nuestros sentidos deberían provocar en nosotros sentimientos análogos al uso a que están destinados esos edificios. (…)”

Étienne-Louis Boullée (Sambricio, C., “Étienne-Louis Boullée: ensayo sobre el arte”, Revista de ideas estéticas, 1972, 30, 119)

Étienne Boullée, arquitecto francés de la segunda mitad del XVIII, pertenece al grupo de los arquitectos que conformaron la llamada “arquitectura de la revolución”, a través de la que tomó forma la utopía constructiva de finales del setecientos que deseaba recuperar la antigüedad con mirada metamorfoseada y contemplar la belleza ideal de la naturaleza como hasta ese momento no se había hecho. Muchos de los logros de la llamada arquitectura de la ilustración se pusieron en valor, ya en el siglo XX, por la arquitectura racionalista europea y la arquitectura del movimiento moderno, aunque, debamos matizar el concepto universal del racionalismo respecto al funcionalismo propio de lo contemporáneo. No obstante, como ya indicó Sambricio, Boullée era un racionalista en el doble sentido, como arquitecto y como teórico, por su oposición al concepto vitruviano de que “la arquitectura es el arte de construir” y por su deseo de “concebir primero para después construir”, es decir, pensar la arquitectura, dibujarla, y, en definitiva, definirla. Sus esquemas no son los de los racionalistas de principios de siglo, Lodoli o Laugier ligados a lo constructivo, sino los de un racionalismo más ligado al concepto ideal rousseauniano, enciclopedista, y ligado a la naturaleza. El anhelo por las formas simples, la búsqueda de la esencia geométrica de las formas, va estrechamente ligado al desarrollo del valor simbólico como elemento arquitectónico y a la introducción de las luces y sombras como características de su arquitectura. Forma y luz han ido, desde el primer momento, unidas en la arquitectura de Boullée. Pero al rechazar la introducción de elementos de innovación en la naturaleza olvida que su pretensión es lograr una arquitectura que pueda entenderse como parlante. Toda una revolución en el concepto de la arquitectura que, aun imperceptible por el paso del tiempo, cambio para siempre la manera de entender el valor simbólico de la arquitectura: de sus estructuras, de sus espacios interiores, de su evocadora luminosidad, pero sobre todo de su diálogo mayéutico con quienes lo habitan y lo disfrutan, ligando en lo simbólico arquitectura soñada y arquitectura vividassss1.

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