Читать книгу Si te sientes identificada, huye онлайн

3 страница из 36

Todas las mañanas íbamos a la playa. No encontraréis un agua tan fría como la de Port de la Selva (sí, así se llama mi querido pueblo), pero tampoco tan cristalina. Me pasaba horas y horas tostándome al sol para después tirarme directa al antártico. No, esto último es broma, de directa nada, soy la típica que primero mojo un pie, salgo corriendo, vuelvo a entrar para mojarme los dos, sumerjo las muñecas y me paso un poco de agua por la nuca para que no me dé un corte de digestión (del desayuno que he tomado hace tres horas y media), me mojo la barriga y, finalmente, entro chillando para que toda la playa y el pueblo de al lado se entere de que, por fin, me he tirado al agua. Todo esto ante la expectación de mi familia y amigos que, entre risas y para nada extrañados, están animándome pero a punto de volver a salir, arrugados, del tiempo que hace que me esperan.

Por las tardes, dormíamos la siesta y luego salíamos a pasear por el pueblo mientras comíamos un helado. Luego, subíamos a la azotea y hacíamos una barbacoa de carne o sardinas. Solíamos ser más de veinte personas, así que mientras unos ponían la mesa, mi abuela preparaba el pollo o las sardinas aliñándolos y mi abuelo y mi tío encendían el fuego. Aún tengo la imagen de los dos sin camisa, secador de pelo en mano, dando viento a la barbacoa para que el fuego prendiera más deprisa.


Правообладателям