Читать книгу Si te sientes identificada, huye онлайн

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Yo, presumida de serie, me arreglaba para la ocasión: sombra de ojos, pintalabios y hasta purpurina en el pelo. Estaba todo el día pensando en el modelo de ropa que me pondría para la cena y subía toda digna a escuchar los elogios de los mayores.

Después de cenar, salía con el grupito de amigas que había formado allí: Dúnia, Alba, Sonia y Maria. Solíamos ir a tomar algo al chiringuito del paseo marítimo para luego estar a las 00 h en casa, aunque mis padres nunca me pusieron hora para regresar, siempre me han permitido autorregularme sola y yo nunca me pasé de la raya. No hubo día en el que llegué más tarde de lo que dicta el sentido común, y no porque no me lo estuviera pasando bien, sino porque no quería hacer sufrir a mis padres, sobre todo a mi madre, que es sufridora de nacimiento y si estaba mucho tiempo sin saber de mí se asustaba. La entiendo, a mí también me pasaría.

Y así pasábamos el verano: entre familia, amigos, barbacoas, playas y helados. Pero llegaba el más temido, pero a la vez amado mes del año: septiembre. Y es que la rutina volvía a empezar, y eso era necesario, pero significaba que terminaba verano y, en consecuencia, estar rodeada de tanta gente querida. Aun así, a mí me gustaba volver, reencontrar mi piso de Barcelona y todos mis juguetes, el olor de mi hogar, mis rincones de nuestra casa favoritos y esa oportunidad de volver a empezar, intentar sacar mejores notas que el curso anterior, estar más atenta en clase, hacer los deberes el primer día… Y enfadarme menos, porque siempre he dicho que tengo un chihuahua interior que de vez en cuando, sobre todo cuando tengo hambre, sale a morder al primero que se atreva a poner a prueba mi paciencia.


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