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O para no pensar.

Yo qué sé.

Pero si te levantas antes de esa hora, está claro que algo falla en ti.

Tiene que fallar.

He empezado a escribir esto a las 3:47.

Algo falla en mí.

He visto suficientes veces las cuatro de la madrugada en mi Rolex (falso), en la base de mi iPhone, en mi IWC (auténtico), en relojes de pie, de pared, en un reproductor de CD, en una radio FM, en otro reproductor de casetes auto-reverse, en un reloj Casio y en otro de Mickey Mouse (cito los aparatos en orden inverso), tantas, que con ellas se podría llenar varias vidas. Siempre se produce el inevitable fogonazo mental, como si se pulsara un interruptor, ese momento de «a tomar por culo», cuando decides levantarte y asumir la situación. Ponerte en pie y salir al mundo. Sabiendo que va a doler. Que el día se te va a hacer muy largo.

Sé, por ejemplo, que ya habré acabado las cuatro horas de ensayo de piano, me habré fumado catorce pitillos, me habré tomado una cafetera entera, me habré duchado, habré leído el periódico, revisado el correo electrónico y puesto gasolina al coche a las 9:00 de hoy. Mi día entero y todo lo que tengo que hacer en él habrá terminado a las 9:00. ¿Se puede saber qué hago yo luego? ¿A qué cojones me dedico entre las 9:00 y las 23:00, que es lo más pronto que puedo apagar la luz e intentar dormirme sin sentir que soy un fracasado y un perturbado mental?

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