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En tercer lugar, porque Cristo mereció para nosotros, por su pasión acerbísima, las delicias de esta mesa, leemos que los sacerdotes santos avivan el fuego de la devoción con ayunos, disciplinas, cilicios y otras mortificaciones de esta índole; también nosotros hemos de imitarles, sacrificándonos al Cordero, que se inmoló por nosotros; por el silencio, la abstinencia, la guarda de los sentidos, sin omitir las mortificaciones corporales conforme a las fuerzas y condición de cada uno. Por último, mucho aprovechan para la devoción las ansias vehementes, un ferviente deseo y un ardiente amor a este Pan angélico del cual nos invitó a comer el Señor cuando dijo: «Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cansados y yo os aliviaré»[5]. Y si nos falta este deseo, debemos por lo menos pedírselo al Señor con fervorosos actos de amor; «porque escucha los deseos de los pobres y al famélico le llenó de sus bienes»[6].
ssss1 1 Par 29, 1.
ssss1 Ap 22, 11.
ssss1 Hom. 82, n. 5, S. Mateo.
ssss1 Lc 22, 19.