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Enseña santo Tomás que el efecto propio de este sacramento es transformar al hombre en Dios, y hacerse semejante a Él por el amor. ¿De qué fe debe estar imbuido, con qué esperanza confortado, de qué caridad encendido, de qué inocencia adornado, quien tal víctima inmola a diario, recibe a Dios y se transforma místicamente en Él? Pues si la disposición, como dicen los filósofos, debe ser proporcionada a la forma a que dispone, será sin duda necesaria una disposición divina para recibir el alimento divino; para que esa vida sea entonces divina y sobrehumana, debe oponerse en absoluto a una vida puramente humana y carnal. Quién así vive se separa de las criaturas y se une tan solo a Dios; solo Dios reside en su inteligencia, solo Él en su voluntad, en sus conversaciones y en sus obras. Nada hay en él de mundano, nada que diga relación a la carne o a los sentidos; se odia a sí mismo, crucifica su cuerpo con el yugo de la mortificación, desprecia las riquezas, huye de los honores, ama el pasar oculto y ser tenido en nada. Examine, pues, su vida el sacerdote, y si observa que no se conforma a la semblanza que de ella hemos hecho, sino que todavía la encuentra terrena, procure convertirla en divina por el diligente ejercicio de las virtudes. Aquí también cabe señalar la limpieza externa del cuerpo y del vestido, la gravedad y la madurez que testimonien de él ser un presbítero, esto es, un senior; tal ha de ser la compostura entera de este hombre que todos con solo mirarle se edifiquen.