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Si hablamos, en cambio, de una infinitud extensiva, a saber: si el sacrificio ofrecido por muchos aprovecha igualmente a cada uno como lo produciría si por él solo se ofreciese, se nos presenta un grave problema, que hay que resolver distinguiendo antes los frutos de la Misa. Pues hay tres partes en el valor de la Misa, o sea, un triple fruto: general, especial y medio. El primero se extiende a todos los fieles; el segundo es propio del celebrante, y el tercero depende de la voluntad del sacerdote, que lo aplica a quien quiere. El primero se sigue de que este sacrificio se ofrece de modo general por todos los fieles vivos y difuntos; es, pues, lo mismo en cuanto a la sustancia que el sacrificio de la cruz, que fue ofrecido por todos, y consta por el Canon de la Misa que el sacerdote debe aplicarlo por todos, por el papa, por el obispo, por toda la Iglesia militante y purgante, sin poder dejar de hacer esto, ya que fue precisamente destinado para ello de modo especial por la misma Iglesia. Por lo cual, este fruto se aplica a todos los fieles que participan de la unidad de la Iglesia y que no ponen óbice, y así puede ser en cierto modo extensivamente infinito, y todos y cada uno, si no queda por ellos, pueden percibir el fruto integro como si se tratara de uno solo. Se discute si este fruto supone solo la impetración o también la satisfacción. El segundo fruto tiene su fundamento en que el sacerdote ofrece el sacrificio también por sí mismo. «Offero —dice— pro innumerabilibus peccatis et offensionibus et negligentiis meis». Debe, pues, como dice el apóstol: «Quemadmodum pro populo ita etiam pro semetipso oferre pro peccatis», y por esta razón debe ofrecer sacrificio en descuento de los pecados, no menos por los suyos propios que por los del pueblo[4]. El sacerdote recibe este fruto, en cuanto celebra por sí mismo como ministro público; el fruto de que hablamos, por tanto, no es aplicable a otro, pues al ofrecer el sacrificio por sí mismo con las palabras pro peccatis et offensionibus meis, a sí mismo se las aplica, y lo que se aplica a sí mismo no se lo puede aplicar a los demás. El tercero se colige de la misma naturaleza, del sacrificio, que por estar instituido para los hombres debe, por tanto, aprovechar a aquellos por quienes se ofrece. Según opinión común, este fruto medio no es extensivamente infinito, sino que a cuantos más se extiende más disminuye. El sacerdote debe aplicar este fruto a aquel por quien especialmente está obligado a celebrar por razón de beneficio, limosna, precepto del superior o por cualquier otro título; y esto antes de la Misa, o al menos antes de la Consagración; pues si la esencia de la Misa consiste únicamente como sostienen la mayoría de los autores, en la consagración, de nada valdría hacer después la aplicación del fruto estando ya el sacrificio consumado quoad substantiam.


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