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En el diseño institucional del euro se optó por ignorar las recomendaciones de la teoría de las AMO y no se fue capaz, ni entonces ni ahora, de dar un paso más en la creación de un presupuesto común que, aunque no iba a resolver los problemas que pudiesen experimentar algunos países o regiones, contemplase la instrumentación de transferencias sustanciales, para compensar shocks asimétricos, que garantizasen la viabilidad de la UEM. Actualmente, el euro es exclusivamente un sistema monetario compartido por 19 países muy imperfecto porque no resuelve satisfactoriamente los requisitos que se le exigen a un sistema monetario ideal: cómo se genera la liquidez en los mercados de los países miembros y cuáles son los mecanismos de ajuste a disposición de un miembro que se enfrente desequilibrios macroeconómicos insostenibles. Y es por ello que el euro se ha visto sometido a crisis de confianza en los momentos álgidos de la crisis financiera.
La UEM se enfrenta a ciertos retos que debe afrontar para su supervivencia. Teniendo en cuenta que se ha producido una integración financiera parcial sin la adecuada regulación y supervisión, es necesario abordar con urgencia los problemas derivados de posibles crisis financieras que nunca contempló la teoría de las AMO. La integración financiera que se ha producido es muy imperfecta ya que no se ha logrado una integración de los mercados bancarios y de capitales. Hoy no existe un sistema bancario europeo, ya que estas entidades, que siguen siendo nacionales, no pueden usar los depósitos de un país para prestar en otro. Todavía no se han configurado bancos europeos, ni se han establecido los mecanismos necesarios para su creación. Entre otros aspectos, es imprescindible la existencia de un seguro europeo que garantice los depósitos. La creación de un sistema bancario europeo integrado debe tener un carácter prioritario ya que ello ayudaría decisivamente a realizar los ajustes necesarios ante nuevos desequilibrios macroeconómicos sin incurrir en elevados costes económicos y sociales. En la Eurozona, con un sistema bancario plenamente integrado, difícilmente se producirían salidas masivas de capitales cuando un país incurra en un desequilibrio exterior significativo, como sucedió tras la crisis financiera internacional. Por ello, es necesario promover la financiación directa a empresas y familias por bancos de distintos países, de manera que se conviertan en bancos realmente europeos. En otras palabras, es necesario crear bancos europeos que operen en la Eurozona del mismo modo que ahora lo hacen a escala nacional (sin distinguir en que regiones se captan los depósitos y en cuales se invierten). Por otra parte, conviene resolver definitivamente cual será el mecanismo de generación de liquidez en situaciones de emergencia para evitar que el pánico en los mercados financieros desencadene crisis económicas. Para ello, hay que reconsiderar la conveniencia de que el Banco Central Europeo (BCE) sea el prestamista en última instancia de los gobiernos. Finalmente, si se lograse en alguna medida la instrumentación de una política fiscal federal encargada de transferir fondos no solo transitoriamente, sino también con carácter permanente en determinados casos, se daría un paso decisivo en la consolidación institucional de la Eurozona.