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A los problemas derivados de la conjunción de relieve y clima se les unen los del suelo, que presenta carencias que limitan su papel como factor de competitividad. Así, y en contraste con las oportunidades que la base física española ofrece para los recursos renovables, como se ha visto con la reciente expansión de ese tipo de energías, el subsuelo nunca ha podido proporcionar, en cantidad ni en calidad, una adecuada fuente de recursos no renovables, minerales y especialmente energéticos, inexistentes o escasos y prematuramente agotados. Y el suelo es de muy baja calidad y a su degradación ha contribuido, además, la erosión, favorecida por el exceso de pendientes, por el carácter arcilloso del suelo y por el predominio del clima mediterráneo (sequía estival, lluvias torrenciales). Asimismo, la degradación del suelo se ha debido en gran parte a la intervención humana, de la que son claros exponentes las roturaciones y talas abusivas y los incendios forestales.

El suelo es, junto con el agua (a la que se dedica el Recuadro 1), el soporte de la vegetación y el medio en el que se desenvuelve la fauna y, consecuentemente, es la base de la vida terrestre y de su mayor o menor diversidad. Respecto a la biodiversidad, el avance de la agricultura y el proceso de desordenada urbanización han llevado, entre otros efectos, a la deforestación, a la desecación de las zonas húmedas y a la modificación de los litorales, fragmentando los enclaves en que se refugian numerosas especies de animales y plantas en peligro de extinción. No obstante, el hecho de que la biodiversidad sea un recurso cada vez más escaso y valioso lleva a que se multipliquen los esfuerzos para su conservación y mejora, mediante un aumento progresivo del número y de la extensión de zonas protegidas (reservas naturales, espacios protegidos, reservas especiales...), en muchos casos bajo los auspicios de la Unión Europea.

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