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La evolución conjunta de la mortalidad y la natalidad, lógicamente, ha determinado la dinámica de crecimiento de la población española, al duplicarse en el transcurso del siglo xx, pasando de casi 19 millones en 1900 a 40 millones de personas en el año 2000. La tasa de mortalidad permaneció siempre por debajo de la de natalidad, estableciendo una brecha que casi llegó a cerrarse a finales del siglo y que volvió a abrirse ligeramente en los últimos diez años. El crecimiento vegetativo de la población ha sufrido diversas oscilaciones que desembocaron en un acusado descenso al final del siglo que, a pesar del repunte registrado antes de la crisis de 2008, sitúa las tasas actuales de crecimiento natural de la población española y de la Unión Europea en negativo.
Todo estos cambios demográficos, en suma, revelan el hondo alcance de la transformación experimentada en las pautas tradicionales y pone de relieve hasta qué punto la sociedad española se ha adaptado a las características de los países desarrollados de su entorno. Salvo en el mayor despoblamiento y en la baja densidad de población, el panorama demográfico español presenta en la actualidad rasgos similares, logrados en más breves plazos y, en ocasiones, de manera más radical, a los de sus vecinos europeos. Estos rasgos están cifrados en una baja natalidad y mortalidad, una elevada esperanza de vida, un envejecimiento de la población y unas cifras de crecimiento vegetativo que desde 2017 son negativas y confirman el preocupante estancamiento demográfico actual.