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En cuanto a los cuidados dispensados a la población en edad más joven siguen siendo considerados como una práctica de la esfera privada, en un modelo de bienestar basado en la reciprocidad, siendo la familia la principal institución proveedora de esos cuidados y de bienestar para sus miembros. En las últimas etapas de la vida y de acuerdo con las estructuras del SAAD, los cuidados se representan desde la lógica del intercambio en una red de servicios y prestaciones para la atención a la dependencia (residencias, centros de día/ noche, ayuda domiciliaria, teleasistencia, etc.).

Es en esta dimensión de los cuidados donde operan los patrones morales y culturales. Por ejemplo, resulta legítimo y culturalmente aceptable que una persona mayor en situación de dependencia viva en una residencia; pero moralmente resulta inaceptable que un niño de 3 años u otro con 12 y con discapacidad severa viva en un centro residencial de forma permanente. Aunque esta reflexión parezca evidente, existen una gran profusión de estudios que muestran cómo estas categorizaciones y cuidados legítimos varían y han variado a lo largo de la historia y de los contextos específicos y que lo que se propone como algo natural, contiene elementos culturales (Boardman Smuts, 2006; De Mause, 1991).

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