Читать книгу Una arquitecta del cambio social desde el activismo y las políticas públicas. Testimonios de rutas compartidas con Isabel Martínez Lozano онлайн

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El caso de éxito de Isabel Martínez Lozano como arquitecta, promotora e inductora probada de políticas públicas pertinentes y eficaces, en esferas críticas como la de la igualdad o la de la inclusión, desde dentro de la acción pública o desde fuera, a través de las ideas y la incidencia, invita a interrogarse por lo que es y no es política pública, por cómo se configura, cuáles son sus contenidos al menos esenciales y de qué modo puede, este acervo y esta cultura, expandirse para verla –la política pública– institucionalizada en todas las Administraciones, comenzando por la del Estado (español).

2. Qué no es política pública

Quedaba consignado, al desgaire, al inicio de esta nota y se reafirma, a saber: en España no hay tradición de política pública. No puede pasar por tal, en ningún caso, el acúmulo deslavazado, inconexo e inconsciente, sin aspiraciones de totalidad e integralidad, del tipo de acción pública gubernamental y administrativa más generalizada que como mucho resulta de la agregación, hartas veces casual, de elementos diversos y dispersos concurrentes, sin lógica ni ilación. De un lado, el programa del partido político que sustenta al Ejecutivo, y con el que presentó a las elecciones, consistente cada vez más en meras propuestas inconcretas, faltas de sustento y solvencia, que más que ofrecer claridad y compromiso, persiguen cautivar engañosamente la voluntad captando fáciles y acríticas adhesiones. De otro, la simple gestión de lo heredado, la inercia de administrar en minúsculas lo que se ha venido haciendo desde siempre, sin mayor criterio ni discriminación, sin hacer acepción de prácticas, con la aportación acaso de alguna pretendida novedad, a guisa de medida estelar o a lo menos llamativa, producto más del fetiche ideológico del momento, de la conveniencia mercadotécnica o de la deseada sensación mediática. Está también el conjunto magmático e informe de toda la actuación de la Administración en cuestión, ya sean disposiciones normativas, actos administrativos, estrategias o programas, o netas decisiones. Esto ha venido a ser, sigue siendo infortunadamente –se asiste a un estado acusadamente carencial– el nivel de la política pública en España, que está en los rudimentos, por lo que no solo son necesarios, sino también muy dignos de reconocimiento y sentida gratitud, los menguados intentos de establecer políticas públicas a la altura de su elevado designio, como los llevados a cabo por Isabel Martínez Lozano en sus etapas de colaboración y desempeño de responsabilidades en el Gobierno de España. Es de lamentar que estos periodos fueran tan limitados en el tiempo –ni siquiera cuatro años, el usual de un mandato político– pero de la suficiente intensidad como para insinuar cómo deberían unas vigorosas políticas públicas, a lo menos en el grado de tentativa. Su valor reside tanto en lo conseguido, como en lo sugerido o prometido, en el caudal de posibilidades a que dieron lugar.

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