Читать книгу Una arquitecta del cambio social desde el activismo y las políticas públicas. Testimonios de rutas compartidas con Isabel Martínez Lozano онлайн
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La participación es un proceso vivo y dinámico, que el poder director debe promover y alentar, no experimentar como una limitación o una penosa servidumbre, que tratará de eludir, inhibir o minimizar. Debe producirse en todas las etapas o fases de la política pública –tanto en el origen como en la culminación– y ha de adoptar también todas las modalidades en cuanto a intensidad, desde la consulta estrecha –cuyo carácter sistemático es ineludible–, la presencia activa en órganos y foros de debate y contraste, hasta llegar, en la expresión máxima de la interlocución, a la codecisión, cuando esta proceda.
La participación no consiste en mero desiderátum, en una aspiración de perfección de la política pública que opera como horizonte inalcanzable por más que se persiga. Es ya un imperativo jurídico en virtud de normas internacionales y españolas que compele al poder director de la política pública, el cual ha de proporcionarle efectividad. Tampoco es algo informe, confuso y difuso, sino que está delineado y configurado. Los procesos participativosssss1 están instrumentados y protocolizados, dentro de su elasticidad, por lo que son inmediatamente utilizables. No hay excusa para desatenderlos, de ningún modo. Ha surgido así y se ha puesto en práctica la noción de diálogo civilssss1 –adjetivado de esta guisa para distinguirlo del social, con mayor trayectoria y reconocimiento institucional– en el que toma cuerpo y se despliega la sistematización de la participación cívica en las políticas públicasssss1.