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Según este modelo, la conducta delictiva de los jóvenes se basa en una compleja red de variables personales y ambientales que se encuentran interrelacionadas entre sí. Estos autores establecen que existe una asociación de factores con la conducta infractora, y diferencian entre factores de riesgo estáticos y factores de riesgo dinámicos.

Esta diferenciación es clave para orientar la intervención, puesto que los factores estáticos, se refieren a aspectos de la historia del sujeto que no pueden modificarse, como pueden ser: la edad, el historial delictivo, y sin embargo los factores dinámicos son las variables psicológicas, comportamentales y del entorno del menor que son susceptibles al cambio mediante la intervención y que por ello se han venido llamando “necesidades criminógenas”.

Estas necesidades criminógenas, proceden de diferentes áreas como el historial previo de conductas antisociales, su situación familiar, las características de personalidad, atributos de personalidad, conductuales y cognitivos, las experiencias educativas y laborales, el grupo de iguales, creencias y actitudes en relación a la actividad delictiva.

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