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«Pensamos que habría que echar todo esto al fuego, y no volver a pensar en ello», dice Maxime du Camp, de acuerdo con Bouilhet. A lo largo de la lectura, enfrascado en su obra, Flaubert no percibe las miradas y los pequeños gestos de sus amigos, entre preocupados e inquietos.

Flaubert recuerda en ese momento las palabras de su padre, el gran médico cirujano-jefe del Hôtel-Dieu de Ruan, cuando Gustave, hastiado de los estudios de derecho, le dice que quiere dedicarse a escribir, que es su vocación y que deja París y las leyes. «La literatura no es una carrera; no lleva a ninguna posición», le señala el padre, entendiendo por posición, una buena posición burguesa, claro está. Achille, el hermano mayor, ya había tomado la misma carrera que el padre en la medicina.

Flaubert, nervioso, se levanta y va a la cocina, como excusa. Allí está su pequeña Caroline al cuidado de la fiel sirvienta. Regresa más calmado.

Louis Bouilhet le anima: «ya que tienes tendencia al lirismo escoge un tema en el que el lirismo resulte ridículo, con lo cual, tendrás que vigilar esa tendencia romántica. Coge un tema de la calle, un tema real de la vida burguesa, al estilo de Balzac, por ejemplo».

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