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Por tradición, mi familia se dedicaba al arte de cultivar vides y elaborar vino, allá en Ainzón, a orillas del río Huecha, al oeste de la provincia de Zaragoza, en España. Allí se enclavaron mis raíces.

Juan Tabuenca y Antonia Romanos se unieron en matrimonio y tuvieron seis hijos. Menciono solo dos nombres: Andrés el mayor y Pedro, el menor.

Como ya señalé, cultivaban sus vides, cosechaban las uvas y hacían el vino que fermentaba en sus propias bodegas, unas cuevas cavadas en las laderas de pequeños cerros, cercanos a ese pueblito rural que era Ainzón. Desde Francia venían los que compraban el apreciado producto de sus bodegas.

Andrés, el mayor, se casó con Marcelina Gracia y tuvieron dos hijos: Emilio y Alejandro. Pedro, el menor, disfrutaba asistiendo a la Iglesia Católica, donde tuvo el privilegio de llegar a ser monaguillo, aunque creo que en el fondo de su corazón tenía la aspiración de ser sacerdote.

Como a tantos, también llegó para ellos la oportunidad de “hacer la América”, y con ese propósito, Andrés viajó a la Argentina para trabajar en alguna huerta. Marcelina y sus pequeños hijos quedaron en Ainzón a la espera de que Andrés consiguiera el dinero necesario para pagar el viaje de su familia, ahora lejana.

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