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El purgatorio no existe, y el infierno tampoco. Sorprendido, Pedro comprobó: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado […]” (Gén. 3:19). “Porque los que viven saben que han de morir, pero los muertos nada saben […]” (Ecl. 9:5).
Cuando Jesús vuelva, ¡los muertos resucitarán! Al leer al apóstol Pablo, Pedro descubrió una promesa esperanzadora: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:16, 17).
La Tierra Nueva será la morada eterna de los redimidos. A medida que avanzaba en el estudio de la Biblia, Pedro seguía descubriendo increíbles verdades: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva […]. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron” (Apoc. 21:1, 4).