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¡Qué verdades maravillosas descubrieron en la Palabra de Dios! Tan profundas y poderosas que habían transformado las vidas de su hermano Andrés y de Marcelina.

Pedro también se convirtió y fue bautizado para integrarse a la feligresía de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. ¡Salvado para servir! Entonces surgió en el corazón de Pedro un nuevo deseo: ¡Ser misionero! Cuando manifestó su deseo, la respuesta que recibió fue:

–Tienes que ir a estudiar al Colegio Adventista del Plata, en Puiggari, Entre Ríos.

–Y ¿cómo llegaré? –preguntó Pedro.

Le explicaron:

−Debes ir a Rosario, allí tomas el barco hasta el puerto de Diamante de donde sale un tren que pasa por Puiggari.

Eso fue lo que hizo, pero al llegar al puerto de Diamante preguntó por el tren para viajar a Puiggari y alguien le contestó:

–El tren va por esa vía, pero a esta hora no hay tren.

“Pues a falta de tren, las piernas pueden hacerlo”, se dijo Pedro, y comenzó a caminar livianamente por las vías, ya que su único equipaje era una pequeña bolsa que llevaba al hombro con su ropa y su Biblia. Y llegó a Puiggari, entonces una zona totalmente rural. Unos pocos kilómetros más y allí estaba el Colegio Adventista del Plata. Su presentación fue concisa y contundente:

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