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En estas circunstancias, aparentemente desfavorables, Dios permitió que Marcelina, analfabeta, como toda buena mujer española de aquel entonces, fuera visitada por un misionero adventista que le enseñó a leer con la Biblia. Por supuesto, en aquella época, posinquisición, en España, la Biblia era un libro prohibido.

Marcelina y su padre conocieron las grandes verdades de la Palabra de Dios, las aceptaron y fueron bautizados por inmersión, tal como lo indican las Sagradas Escrituras, pero no en el río Huecha que pasaba al lado del pueblo; hubieran corrido el riesgo de ser apedreados. Fueron bautizados en la bañera de su casa. Difícilmente hubiera ocurrido esto si Andrés, el esposo de Marcelina, hubiera estado allí.

Andrés Tabuenca, un campeón en el uso de la pala, la azada y el rastrillo, “hacía la América” trabajando con éxito en una quinta cercana a la población de Armstrong, en la provincia de Santa Fe, República Argentina. En dos cortos años pudo ahorrar suficiente dinero como para pagar los pasajes de su esposa y sus dos hijitos, para que vinieran de España.

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