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Tenía apenas cuarenta días de vida cuando mi padre, Pedro Tabuenca, fue transferido de Corrientes a Buenos Aires como director de colportaje de la Misión del Sur Argentino. Recuerdo haber visto una foto en la cual se ve a mi mamá conmigo, entonces un bebé, en sus brazos, de pie en la cubierta del barco fluvial que descendía por el río Paraná, de Corrientes a Buenos Aires. En aquel tiempo ese era el único medio de transporte para hacer ese recorrido.

Vivíamos en Florida, la zona norte del Gran Buenos Aires. Dos años después de estar allí, a papá lo nombraron director de colportaje de la Unión Incaica, que en ese tiempo abarcaba las repúblicas del Perú, Bolivia y el Ecuador. Yo tenía dos años, pero recuerdo muy bien ese viaje.

Iniciamos la travesía cruzando la cordillera de Los Andes en tren, desde Mendoza hasta Santiago de Chile, en medio de un paisaje profusamente nevado. Papá sacó su brazo por la ventanilla del tren y me mostró su mano llena de nieve. Me quedé extasiado: era la primera vez que veía nieve.

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