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Señor, cuando me sienta totalmente colapsada por las demandas del día o tentada a adoptar una mentalidad victimista, ayúdame a reducir la velocidad y apreciar las bendiciones del momento.

23 de febrero

Asombro


“Meditaré en la gloria y la majestad de tu esplendor, y en tus maravillosos milagros” (Sal. 145:5, NTV).

Lynette y yo estábamos en medio de una de esas conversaciones filosóficas. Hablábamos de cómo siempre parece que nos falta solo una cosa más para ser realmente felices. Sin embargo, cuando eso llega (el matrimonio, los hijos, la casa más grande, el mejor trabajo), después de un tiempo ya no nos alcanza. Como un espejismo, la felicidad se evapora. Pareciera que nuestras esperanzas corren más rápido que nosotras. Van kilométricamente adelantadas y nos llaman prometiendo que, si tan solo obtuviéramos esta otra cosa, entonces sí estaríamos realmente satisfechas.

En su libro Asombro, el pastor y autor Paul Tripp reflexiona acerca del peligro de familiarizarnos tanto con las cosas que tenemos que dejemos de notarlas y de sentir gratitud por ellas. Paul escribe: “La batalla, el gran peligro que acecha desde las sombras de la vida de cada persona, es la familiaridad. La familiaridad tiende a cegar nuestros ojos y adormecer nuestros sentidos. Lo que una vez nos producía asombro, ahora apenas capta nuestra atención”. Lo que Paul describe desde un punto de vista espiritual, también tiene un nombre científico: adaptación hedónica. Básicamente, luego de recibir una promoción, un auto nuevo o un regalo, nos sentimos mucho más felices. Sin embargo, una vez que ese asombro inicial se desvanece, tendemos a volver a nuestro nivel de felicidad inicial. La ciencia y la Biblia concuerdan perfectamente en cuanto a la solución a este problema: practicar la gratitud.

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