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Señor, te agradezco por…

25 de febrero

Reflejo


“Que todo lo que soy alabe al Señor; que nunca olvide todas las cosas buenas que hace por mí” (Sal. 103:2, NTV).

Mi amiga Anne y yo fuimos a pasear en bicicleta un domingo por el bosque de Whippendell Woods, en Inglaterra. ¡Fue un día de primavera glorioso! El sol brillaba y el suelo del bosque estaba pintado de azul, cubierto por un manto de cientos de miles de jacintos púrpura. Anne y yo nos detuvimos junto al arroyo para absorber la belleza del lugar antes de emprender el camino de regreso. En un momento, debíamos girar a la izquierda para ingresar a una calle principal. Anne se detuvo, miró hacia ambos lados y luego comenzó a reírse. “¿Qué sucede?”, le pregunté. “Estoy tan acostumbrada a manejar, que intenté poner el guiño”, me dijo ella. Después de conducir su automóvil por años, Anne desarrolló memoria muscular; poner el guiño no es más que un reflejo automático.

Imagina cultivar la gratitud de tal manera en tu vida, que se transforme en un reflejo automático; una reacción tan espontánea como decir: “¡Salud!” cuando alguien estornuda. El mejor fertilizante para la gratitud es la humildad. Lamentablemente, la cultura consumista en la que estamos inmersas nos enseña a pensar que merecemos todo lo que deseamos. Con el tiempo, comenzamos a creer que tener salud, éxito o hijos no es un privilegio, sino nuestro derecho. Cuando no recibimos lo que queremos o hay problemas, nos resentimos. Con humildad, sin embargo, podemos comprender que todas las bendiciones son regalos inmerecidos y permanecer agradecidas.

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