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12 de marzo

¿Y si me equivoco?


“Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición” (Gén. 12:2, NVI).

Cada vez que pensaba en la decisión que debía tomar, se me estrujaba el estómago. Aunque debía elegir entre dos buenas opciones, sabía que esta decisión cambiaría mi vida. Oraba incesantemente, pero no sentía paz. La mentira que alimentaba mi miedo era creer que si no tomaba una decisión perfecta, arruinaría para siempre el plan de Dios para mi vida.

Si me equivoco, ¿arruino el plan de Dios? ¿Son mis errores más poderosos que su misericordia? Dios no es un dictador, sentado en el cielo, que pretende que atravesemos en puntillas de pie un campo minado para descubrir su voluntad. Cuando damos un paso en falso, cuando nos equivocamos, el plan de Dios no vuela en pedazos. Como dice el abogado y autor Bob Goff en su libro Love Does [El amor hace], “Dios no nos quiere más cuando somos exitosos, ni menos cuando fallamos. Él se deleita en nuestros intentos”. Dios es un Padre que enseña a un niño a caminar. Cuando nos tropezamos, él nos sacude las rodillas, nos besa las heridas y nos ayuda a continuar.

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